Espacio publico y arquitectura
El espacio público es en gran medida el depositario de la memoria
viva de la ciudad. La foto de un instante de lo que nos identifica -entre
pasado y futuro- , en un ejercicio de proyección, transparencia y salud
urbana. También es, una reescritura de los escenarios sociales.
Intersección, fricción, condensación, persistencia, intensidad,
actividades y significados que determinan la complejidad de la ciudad
contemporánea.
Soporte material de la legibilidad de la ciudad. Cada vez más,
elemento nodal de la red de conexiones neuronales que dibujan el
espacio humano adscrito a definidos lugares de referencia.
Para delimitar el variable significado de “lo público” a lo largo del tiempo, hay
que inscribirlo en la distinta evolución del sujeto de soberanía sobre el espacio
y el territorio. Hasta cierto punto, el actual significado, es una acepción moderna que surge de la delimitación de la esfera de lo comunitario. Alejado de la raíz
griega que lo circunscribía al espacio vinculado al libre “diálogo entre iguales”,
la idea que ahora asociamos al concepto de “lo público”, esta más próxima a la
reciente construcción de la identidad colectiva.
Sin intentar explicarlo desde su titularidad jurídica, la manera más fácil de
delimitar el ámbito del espacio público, es utilizando la contraposición -el
negativo- de todo aquello que mantenemos excluido o cercado. La idea del
espacio como recinto, siempre ha explicado muchas de las cualidades de la
arquitectura. El valor del espacio público, se manifiesta en la capacidad de
admitir múltiples y variadas apropiaciones. Pero, si sólo explicáramos el espacio
público a través de su capacidad a ser apropiado, estaríamos dejándonos fuera,
su papel más importante: su capacidad para atraer y convertirse en centro de
actividades colectivas en muy diferentes supuestos.
El espacio público es también la materialización de la idea de pertenencia.
Es el espacio físico sobre el que se adhieren, conceptos tan inmateriales, pero al
mismo tiempo tan concretos, como: "el estar", o "pertenecer a…". El espacio
público es en primer lugar la perceptibilidad de la pertenencia, frente al espacio
privativo, excluyente, o individual. Es también, sobre cualquier otro, el espacio
donde se refugian los estados de ánimo sociales, que convergen desde los
pensamientos personales. El espacio público como antítesis del espacio
excluyente privado, es en la escala del paisaje lo que los “land”, tanto en inglés
como alemán definen como lugar, territorio (“homeland, motherland” o
“vaterland, heimatland” lugar de pertenencia) también en el sentido extremo
como patria. En el ámbito de lo urbano, esta pertenencia implica el hacer
“nuestros” estos espacios, que identificamos como: “mi calle” ,”mi barrio”, “mi
ciudad”, “mi territorio”, “mi país”. Estas diferentes escalas que se refugian en
el espacio de lo público, cuando materializamos su forma a través de la
arquitectura, estamos delimitando el campo de lo inmaterial, haciéndolo
tangible. En cierto sentido podríamos entender la arquitectura como el
catalizador que al fijar límites y cualidades, materializa la presencia del vacío,
dando forma, al contenido abierto del concepto de lo comunitario.
Lo público genéricamente, se materializa en la arquitectura del plano
vertical a través de la arquitectura de los límites, las edificaciones, las formas
asociadas al recinto, y la arquitectura del plano horizontal del suelo, que se
define por elementos como la topografía, los pliegues, el diseño de los
componentes encargados de explicitar la materialidad del espacio público,
como concentrador de la actividad y también del contenido simbólico, material
y funcional.
Cerdà, en su ideario de ciudad, no concebía fuera del espacio asociado al
aprovechamiento de la unidad de manzana, otro espacio libre que el del tráfico
y la movilidad. A riesgo de simplificar podríamos decir que en el ensanche se
pudieron prever y construir manzanas de equipamientos pero difícilmente
llegamos a encontrar lugares donde construir plazas.
En algún caso podemos intuir el valor estratégico de los grandes parques
que no se construyen, pero difícilmente llegó a dar pistas de cómo habían de
materializarse las grandes plazas. En ningún caso llega a dibujar –y ello quizá lo
convierte en un personaje radicalmente moderno- elementos formales que
definirán el perímetro objetual de los espacios focales, quizá porque era
consciente de la inutilidad temporal de reproducir aquellos espacios
decimonónicos e ilustrados.
También, como lugar de intercambio intenso entre la movilidad y las
funciones propias de la actividad urbana (social y también funcional y
económica), y espacio público como lugar donde proyectamos igualmente, las
características, de nuestros nuevos símbolos de centralidad urbana. También,
de representatividad concernida en torno a la arquitectura del espacio urbano.
En cuanto a ciudad, en cuanto lugar. Cuando estos tres niveles reseñados -la
pertenencia, la actividad preferencial al uso, y la perceptibilidad -, no son
concurrentes, o divergen como en el caso del ejemplo comentado, la situación
se convierte, cuando menos en equívoca.
Podemos determinar así que el espacio urbano contemporáneo, lejos de
aparecer, como un tranquilo y sosegado lago, sin ninguna perturbación
climatológica, es un océano que esconde infinitas posibilidades de ser navegado
y redescubierto. El espacio público contemporáneo no se dibuja desde la
agregación de frases inconexas, ni menos aún desde palabras dispuestas
ordenadamente, como un diccionario que recoge acepciones de todo tipo.
BIBLIOGRAFIA
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